Como no podía ser de otra manera, soy abogado, y con 26 años de edad sigo manteniendo la inocente creencia de que es posible ejercer nuestra profesión con transparencia, honestidad y sentido de justicia.
Resulta paradójico que la honestidad, transparencia y justicia, valores que se suponen intrínsecos a nuestra profesión, son parte de la “inocente creencia” de alguien que ejerce el derecho.
Lastimosamente, la respuesta es sencilla: nuestro sistema mantiene un alto índice de tolerancia con la corrupción, de los más altos de Latinoamérica. Como ejemplos tenemos varios, como un expresidente prófugo, un exvicepresidente sentenciado, decenas de jueces involucrados en casos de corrupción, sin dejar atrás el significativo aporte de nuestro gremio para que la situación no mejore.
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Pero, ¿dónde empieza todo? Me atrevería a afirmar que en aquellas situaciones a las que denomino de “menor impacto”. Hablemos en este caso de pagarle a un funcionario judicial para agilizar una citación, para que elabore un oficio, o para que despache un escrito.
Estimado lector, seas abogado o no, si alguna vez pensaste que estas situaciones de “menor impacto” no le hacían daño a nadie, pasaré a explicarte algunas razones por las que estás equivocado.
Primero, alimentar un sistema corrompido no es “eficiencia” para nuestros clientes, es sacrificar un poco de nuestra propia humanidad teniendo como moneda de cambio el deterioro de nuestro sistema de justicia, ese mismo sistema en el que abogados honestos buscamos trabajar con probidad.
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Segundo, casi como si se tratara de una adicción, cuando se paga por un servicio que debe ser gratuito se crea un patrón de conducta en el funcionario, que a su vez, crea un síndrome de abstinencia con el que este puede llegar a decirse a sí mismo: “Si no muevo el caso, si no hago mi trabajo, seguro pronto regresará con otro pago”.
Tercero, si te acostumbras a las situaciones de “menor impacto” seguramente tendrás la perspicacia de escalar a aquellas de “mayor impacto” y traspasada esa línea, estimado lector, probablemente no haya vuelta atrás.
Cuarto, indistintamente de quien se trate, jueces, secretarios, ayudantes judiciales, coordinadores, gestores de archivo, abogados e incluso paralegales, si tienes a alguien que te espera en casa, piensa en qué responderías si te preguntaran si llevas un estilo de vida honesto, si fuera mi caso, pensaría más de dos veces para responder esa pregunta.
Si lo ves desde este punto de vista, te darás cuenta que eres parte del problema y colaboras activamente para que se mantenga perpetuamente arraigado en el tiempo.
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Querido abogado, en nuestras manos está la oportunidad de hacer de Ecuador un lugar mejor. En nuestras manos, la responsabilidad de que el mundo no olvide el verdadero sentido de justicia. (O)
José Daniel Alfonzo León, abogado, Guayaquil
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